Esta frase ha rondado por mi cabeza últimamente, a raíz de una conversación que tuve con alguien que estaba atravesando una situación emocional muy difícil. Por fin había tomado una decisión que desde hace muchísimos años sabía que debía tomar, pero que le había costado más de una década poder hacerlo por diferentes motivos, muy válidos y respetables.
Sin embargo, no pude evitar imaginarme como posiblemente hubiese actuado yo, estando en esa situación (escribo posiblemente, porque hasta no enfrentarse a eso, no se sabe la reacción verdadera). Entonces enseguida mi mente práctica empezó a calcular el “costo del aguante”: ¿emocionalmente cuánto afecta o cuánto beneficia? ¿psicológicamente cuánto afecta o beneficia? ¿mentalmente cuánto lo hace? ¿Sólo incide sobre mí o repercute sobre alguien más? Y fue allí, que llegó la frase que titula este artículo.
Nunca será tarde para hacer lo correcto, pero ojalá las consecuencias que traiga hacerlo en el tiempo que tome, no sean perjudiciales para nosotros mismos ni para los que nos rodean.
Reparar un corazón lastimado, tarda años. Romperlo tarda segundos. Recuperar la autoconfianza puede tardar mucho. Fracturarla en cambio, puede bastar un comentario (en caso de no tener bases sólidas).
Y sí, sé que Dios siempre obra para bien. De todo lo que nos suceda, podemos aprender y sacar lo positivo. Lo sé, lo creo porque lo he vivido e intento pensar en eso, en cualquier circunstancia que me pase. Sin embargo, también trato de analizar constantemente para no causar (me) consecuencias poco deseadas, que puedo evitar si evalúo un poco, todo el panorama.
Hay cosas que NO podemos evitar, que se nos salen de las manos, que NO están bajo nuestro control. Hay otras que SÍ. Solo deseo que podamos reconocer la diferencia entre ellas.
Con amor,
Lina P.